DESARROLLO FÍSICO EN LA INFANCIA MEDIA.
ASPECTOS DEL DESARROLLO FÍSICO.
"Cuando educamos a nuestros hijos debemos recordar que es necesario inculcarles la convicción de que su amor por la vida nunca debe debilitarse".
Natalia Ginzburg, The Little Virtues, 1985.
Si pasamos por una escuela típica después de que suene la campana de salida, podríamos observar una verdadera explosión de niños de todas formas y tamaños. Por las puertas de la escuela saldrían precipitadamente niños altos, bajos, corpulentos y delgados. Veríamos que el aspecto de los niños de edad escolar es muy diferente al de los niños que son unos años menores. Son mas altos y en su mayor parte son bastante enjutos, aunque es probable que ahora tengan sobrepeso a diferencia de lo que sucedía en décadas pasadas.
LA ESTATURA.
Durante la niñez media la velocidad del crecimiento se reduce de manera considerable. Sin embargo, si bien los cambios que ocurren día tras día no son tan evidentes, su suma establece una diferencia sorprendente entre los niños de 6 años que todavía son pequeños, y de los 11 muchos de los cuales comienzan a aparecerse a los adultos. Entre los 6 y los 11 años los niños crecen entre cinco y siete centímetros y medio y casi duplican su peso. Las niñas conservan algo mas de tejido adiposo que los niños una característica que persistirá hasta la adultez.
NUTRICIÓN Y SUEÑO.
Para sostener su crecimiento continuo y esfuerzo constante los escolares necesitan consumir, en promedio 2400 calorías cada día, mas en el caso de los niños mayores y menos en el de los mas chicos. Los nutriologos recomiendan una dieta variada que incluya muchos granos, frutas y vegetales, así como alto niveles de carbohidratos complejos que se encuentran en las papas, la pasta, el pan y los cereales.
La necedad de sueño disminuye al rededor de once horas al día a los cinco años a poco de mas de 10 horas a los nueve y a unas nueve horas a los 13 años de edad. Los escolares saludables deberían mantener un alto grado de alerta durante el día.
La obesidad (llamada en ocasiones sobrepeso) se ha vuelto un problema entre los preescolares estadounidenses. En 2003-2004, cerca de 14% de los niños de dos a cinco años tenían sobrepeso y aproximadamente 12% se consideraba en riesgo de sobrepeso. Los varones se ven más afectados que las niñas y los varones estadounidenses de origen mexicano están especialmente propensos a este problema (Ogden et al., 2004). Sin embargo, el mayor incremento en prevalencia del sobrepeso ocurre entre niños de familias de bajos ingresos (Ritchie et al., 2001), en todos los grupos étnicos (AAP Committee on Nutrition, 2003; Center for Weight and Health, 2001). Incluso desde los cinco años de edad, el sobrepeso se asocia con problemas conductuales (Datar y Sturm, 2004a) y con bajas calificaciones en lectura y matemáticas (Datar, Sturm y Magnabosco, 2004).
A medida que los niños atraviesan por el periodo preescolar, sus patrones de alimentación tienen mayor influencia del ambiente. En tanto que los niños de tres años comen nada más hasta satisfacerse, los niños de cinco años comen más cuando se les coloca en frente una porción más grande. Por consiguiente, una clave para la prevención de la obesidad quizá sea asegurarse de que los preescolares de más edad reciban porciones apropiadas y no aconsejarles que dejen vacío el plato(Rolls et al., 2000). Los preescolares a los que se permite comer cuando tienen hambre y no se les presiona a comer todo lo que se les sirve, tienen mayor probabilidad de regular su ingesta calórica que los niños a los que se alimenta de acuerdo con un horario (S. L. Johnson y Birch, 1994). Sin embargo, los niños varían en su capacidad para reconocer las señales internas de hambre y satisfacción, y quizá les influya lo que sus padres comen. En un estudio sobre 40 familias en dos instituciones de cuidado infantil, un programa de seis semanas diseñado para enseñarles a los niños a reconocer sus propias señales mejoró su capacidad para autorregularse, sin dejarse influir por lo que veían que hacían sus madres (Johnson, 2000). Aquello que comen los niños es tan importante como la cantidad de lo que comen.
Para evitar el sobrepeso y prevenir los problemas cardiacos, los niños pequeños deberían recibir sólo cerca de 30% de sus calorías totales de la grasa, y no más de un tercio de las calorías grasas deberían provenir de grasas saturadas. La carne magra y los alimentos lácteos deberían permanecer dentro de la dieta para proporcionar proteínas, hierro y calcio. La leche y otros productos lácteos deberían ser sin grasa o bajos en grasa (AAP Committee on Nutrition, 1992). Los estudios no han encontrado efectos negativos sobre la estatura, peso, masa corporal o desarrollo neurológico de una dieta moderadamente baja en grasas (Rask-Nissilä et al., 2000; Shea et al., 1993).
La prevención del sobrepeso en los primeros años, cuando por lo general comienza el aumento excesivo de peso, resulta esencial; el éxito a largo plazo del tratamiento, en especial cuando se demora, es limitado (AAP Committee on Nutrition, 2003; Quattrin, Liu, Shaw, Shine y Chiang, 2005). Los niños con sobrepeso, en especial aquellos con padres que también sufren sobrepeso, tienden a convertirse en adultos obesos (AAP Committee in Nutrition, 2003; Whitaker et al., 1997) y el exceso en masa corporal es una amenaza para la salud. La segunda infancia es un buen momento para tratar el sobrepeso, cuando la dieta del niño aún está sometida a la influencia o control parental (Quattrin et al., 2005; Whitaker et al., 1997).
Muy poco ejercicio y demasiada actividad sedentaria son factores importantes en el sobrepeso. Los estudios encontraron que cada hora de televisión que ven los niños preescolares aumenta el riesgo de sobrepeso y tener un televisor en la habitación del niño aumenta todavía más este riesgo (Dennison, Erb y Jenkins, 2002). En un estudio longitudinal con 8 158 niños estadounidenses nacidos en 1970 (Viner y Cole, 2005), cerca de 40% veía tres horas o más de televisión diariamente a los cinco años de edad; cada hora adicional de televisión por arriba de las dos horas aumentó en 7% la probabilidad de obesidad a los 30 años.
PATRONES DEL SUEÑO.
Los patrones de sueño cambian durante los años de crecimiento (Iglowstein, Jenni, Molinari y Largo, 2003; figura 9-1) y la segunda infancia tiene sus propios ritmos distintivos. En general, los pequeños duermen de manera más profunda durante la noche de lo que dormirán posteriormente en la vida. La mayoría de los niños estadounidenses promedian cerca de 11 horas de sueño por noche a los cuatro años de edad y dejan las siestas diurnas (Hoban, 2004). En algunas otras culturas pueden variar los horarios de sueño. Entre los Gusii de Kenia, los javaneses en Indonesia y los Zuni en Nuevo México, los niños pequeños no tienen hora regular para ir a dormir y se les permite permanecer viendo las actividades adultas hasta que les da sueño. En el pueblo Hare de Canadá, los niños de tres años no toman siesta, sino que van a la cama después de cenar y duermen tanto como lo desean por las mañanas (Broude, 1995).
El momento de ir a la cama puede provocar un tipo de ansiedad de separación y es posible que el niño haga todo lo posible para evitarlo. Los niños pequeños quizá desarrollen rutinas elaboradas para demorar el momento de retirarse a su habitación y es posible que les tome más tiempo que antes conciliar el sueño. Más de la mitad de los padres o cuidadores estadounidenses informan que sus niños preescolares demoran ir a la cama y que se requiere de 15 minutos o más para que el niño se duerma. Cerca de un tercio de los preescolares se resisten activamente a ir a la cama y más de un tercio despiertan cuando menos una vez durante la noche (National Sleep Foundation, 2004). Las rutinas regulares y consistentes de sueño pueden ayudar a minimizar estos problemas. Los niños pequeños que están acostumbrados a ir a dormir mientras se les alimenta o mece pueden tener dificultades para conciliar el sueño por sí solos (Hoban, 2004). Es probable que los niños quieran que una luz permanezca prendida y dormir con un juguete o cobija favoritos. Tales objetos de transición, que se utilizan repetidamente como compañeros para dormir, ayudan al niño a pasar de la dependencia de la lactancia a la independencia de la niñez posterior.
DESARROLLO MOTOR.
Los niños de tres a seis años logran grandes avances en habilidades motoras gruesas, que involucran a los grandes músculos, como correr y saltar, y en habilidades motoras finas, habilidades de manipulación que implican coordinación ojo-mano y de pequeños músculos, como abotonarse y dibujar. También comienzan a mostrar una preferencia por utilizar la mano derecha o izquierda. Habilidades motoras gruesas y finas A los tres años, David puede caminar por una línea recta y brincar una corta distancia. A los cuatro, puede brincar unos cuantos pasos sobre un pie. A los 5, puede impulsarse una distancia de 90 centímetros y brincar en un pie a lo largo de 4.8 metros, y aprender a andar en patines. Las habilidades motoras no se desarrollan de manera aislada. Las habilidades que surgen en la segunda infancia se forman sobre los logros de la lactancia y primera infancia. Los desarrollos en las áreas sensoriales y motoras de la corteza cerebral permiten mejor coordinación entre lo que los niños quieren hacer y lo que pueden hacer. Sus huesos y músculos son más fuertes y su capacidad muscular es mayor; esto los posibilita a que corran, salten y suban más lejos, rápido y mejor. A medida que los cuerpos de los niños cambian, y les permiten hacer más, integran sus nuevas habilidades a las adquiridas antes dentro de sistemas de acción, que producen capacidades aun más complejas. Aproximadamente a los dos años y medio de edad, los niños comienzan a brincar con ambos pies, una habilidad que no habían podido dominar antes, probablemente porque sus músculos en las piernas no tenían la suficiente fuerza para impulsar su cuerpo hacia arriba.
Brincar sobre un pie es difícil de dominar hasta cerca de los cuatro años de edad. Subir escaleras es más fácil que bajarlas; para los tres años y medio de edad, la mayoría de los niños alterna cómodamente los pies al subir, pero no es sino hasta cerca de los cinco años que pueden descender con facilidad de ese modo. Los niños comienzan a galopar aproximadamente a los cuatro años de edad, logran esto muy bien para los cinco y son bastante hábiles en ello para los seis años y medio. Saltar intercambiando los pies es más difícil, y aunque algunos niños de cuatro años pueden saltar, la mayoría no lo hace sino hasta los seis años (Corbin, 1973). Por supuesto, los niños varían en destreza, dependiendo de su dotación genética y de sus oportunidades para aprender y practicar sus habilidades motoras.
Los músculos en las piernas no tenían la suficiente fuerza para impulsar su cuerpo hacia arriba. Brincar sobre un pie es difícil de dominar hasta cerca de los cuatro años de edad. Subir escaleras es más fácil que bajarlas; para los tres años y medio de edad, la mayoría de los niños alterna cómodamente los pies al subir, pero no es sino hasta cerca de los cinco años que pueden descender con facilidad de ese modo. Los niños comienzan a galopar aproximadamente a los cuatro años de edad, logran esto muy bien para los cinco y son bastante hábiles en ello para los seis años y medio. Saltar intercambiando los pies es más difícil, y aunque algunos niños de cuatro años pueden saltar, la mayoría no lo hace sino hasta los seis años (Corbin, 1973). Por supuesto, los niños varían en destreza, dependiendo de su dotación genética y de sus oportunidades para aprender y practicar sus habilidades motoras.
LATERALIDAD.
La lateralidad, la preferencia por el uso de una mano en lugar de otra, por lo general es evidente para los tres años de edad. Debido a que el hemisferio izquierdo del cerebro, que controla el lado derecho del cuerpo, es el dominante, la mayoría de las personas favorecen su lado derecho. En los individuos cuyo cerebro es menos asimétrico, el hemisferio derecho tiende a dominar, lo cual les hace ser zurdos. La lateralidad no siempre es evidente; no todos prefieren una mano para todas las tareas. Los varones tienen mayor probabilidad de ser zurdos que las niñas. La pregunta de si la lateralidad es genética o aprendida ha sido polémica. Una teoría propone la existencia de un solo gen para la lateralidad derecha. Según esta teoría, las personas que heredan este gen de cualquiera o de ambos padres cerca de 82% de la población son diestras. Aquellos que no heredan el gen tienen de todas maneras una probabilidad de 50% de ser diestros; en caso contrario serán zurdos o ambidiestros. La determinación aleatoria de la lateralidad entre aquellos que no reciben el gen explicaría el hecho de que algunos gemelos monocigóticos tengan preferencias diferentes en el uso de las manos, y el que 8% de los hijos de dos padres diestros sean zurdos (Klar, 1996).
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